jueves, junio 01, 2006

DESASTRE DE INSTANTE

La idea me la empieza diciendo Bukowski en muchas partes. Bukowski lo dice todo bien, siempre, y eso es irrefutable. Aquí sólo se tratará de reformular la idea, algo en lo que siempre se debe insistir.
Trátase básicamente de lo siguiente: la vida moderna es en sí enloquecedora. Algo que visto en conjunto resulta obvio. Desmenuzando sus aspectos particulares nos encontramos con lotes de molestas instancias representativas, en todo caso, ricas en narratividad. Molestia, instante y locura, dan la impresión de condensarse en una idea que es objeto, y no exclusividad como algunos quieren, del sábado santo católico: la espera.
Ya lo dice el viejo indecente. Para todo tienes que esperar. Quieres “hacer cosas” y esperas a que te llegue, de una u otra forma, dinero. De pronto tienes ansias de comerte algún buen plato (el rato que pasa hasta quedar ahíto no cuenta) que devienen en la ilusión de esperar a que la barriga baje. Y así también esperas para follar y que la pulsión gonadal mengüe por un rato. Esperas; esperas. Para llegar a tu trabajo. Para enterarte de qué tienes que hacer ese día. Para que todo acabe pronto. Para volver a tu casa. Para salir cuanto antes de ella. Para que llegue la noche. Para beber algo un rato. A veces días. Para que se apague la resaca. Para que el año finalice, como si significase, mientras se desea que el siguiente sea mejor. O distinto. Por último queda menos.
Por su parte, el abuelo co-protagonista de “800 Balas” nos dice que en la vida, que es una reverenda hija de puta, hay que aprovechar los intervalos entre putada y putada para divertirse. De ello viven las gentes razonables. El resto puede bien resumirse en esa idea de espera molesta. Supongo que de esto se puede derivar que quien escribe no sabe ni disfrutar el presente ni tampoco pensar el instante. Supongo que es una posibilidad. Pero como ese suponer es también espera, declaro que se trata de obviar una consideración como aquella, del todo inútil por lo demás. Así, no nos vemos en la necesidad de recurrir a un principio contrario, como por ejemplo lo sería el poner al futuro en el lugar de un presente como tiempo controlador del movimiento. En una frase, al margen de tantos rendimientos filosóficos (chorros de palabras) a que se presta el vocablo “espera”, lo cierto es que en la vida diaria, o robótica, reconocemos siempre, en efecto, esperas. Como estar en una cola “dentro” de un banco, sin ir más lejos.
Y es que puesto en el contexto de la cola bancaria, la idea de naturaleza humana cobra de inmediato tintes perversos. Influye tal vez eso que hemos convenido en calificar como “molesto”. ¿Qué molestia es esa? Una molestia que entre otras cosas provoca fuerte impulso en el yo de entregarse al crimen e incluso al genocidio. Siéntese de pronto uno con el justo derecho a poseer para sí los rasgos del dios veterotestamentario, implacable y sanguinario con sus criaturas. Si mi juicio es que todos los que me rodean son seres detestables, debo poderlos decapitar y no darles sepultura, ahogarlos, mandarlos a quemar, todo según mi antojo. Y no es injusto pensar así pues la situación excepcional te justifica afectivamente el arrebato asesino y de pronto todo resulta en extremo claro. El rostro. El mismo rostro humano es ya una invitación a dejar suelto un Leviatán que, de no haber ley, veríase libre para matar y morir. Las narices chatas, los ojos acuosos, los pelos, los labios carmesíes, son desde siempre la legitimación sensorial del monstruo.
Fantasías, me gritan. Si es así, son legítimas ya que emotivas. Irrealizables, se escucha por allá. Frunzo el cejo y admito que puede ser. Hay súper yo e ideología socializante siempre funcionando en el ambiente, lo que hace real a la posibilidad de que podamos calificar a la escena como realizable o no. Sin inclinarme por Hobbes ni por Rousseau, apuesto a que de no mediar estos y otros elementos represores pensaríamos de la realidad algo bien distinto. Quien afirme que ello ya no sería pensar olvida que desde la vereda contraria le pueden lanzar similar objeción. Siempre como un constante ping pong, la dialéctica.
Llegamos así al punto en que es menester tomar una decisión. Lo esquivamos, postergamos, dejamos para mañana. Por mientras esperamos, pues vivir en la espera tiene también notable efecto de cotidianidad que ayuda a disfrazar las ideas cuando estas se ponen comprometedoras. De esta forma aprendemos a apreciar los detalles de esa molestia que bien podría devenir locura. ¿Quién puede figurarse la existencia completa como cola de banco? Pasatiempo de masoquistas, si con media hora basta para hacerse una idea exacta.
Un subsuelo, de partida, donde el blanco no es distinto, visto con tiempo, que el de las paredes de un manicomio. Donde la publicidad amigable de la institución te rebota en las vísceras como burla. Durante horas parado debajo de una escalera y a través de una fila cuyo curso no puede sino ser absurdo. Multiplícase el odio cuando falla de manera definitiva uno de los auriculares y la música se va al carajo. Obligado también a atender al televisor colgante. ¿De qué hablan? Un programa dedicado a la naturaleza en cuatro partes: El calor de la tierra, los tifones, terremotos célebres e islas azotadas cada cierto tiempo por ígneas explosiones. Algunas imágenes son bellas. El tono del relator, despreciable. Dice lamentar que el hombre deba reconocer su impotencia ante ciertos fenómenos. Asegura que le duelen esas muertes, pero lo que a uno le duele es esa voz. La cola no avanza. Más tarde enseñarán a preparar un pollo con jugo de limón.
Ir acompañado puede ser solución, se imagina uno ahí parado y solo sin música. Claro, puede ser. Pero no ahora. Por ahora se espera.
No creo que sea sólo odio y animadversión que aparecen como se van, contingentes, sino una suerte de malignidad reinante. La prueba es que los demás tienen sus ojos pegados al aparato televisivo, vicariamente de pie mientras ven al mundo morir. Maynard J. Keenan, al igual que el viejo, siempre lo dice todo muy bien.
Y no hay miembro de la horrible fila que no piense para sus adentros: “Qué desastre de institución bancaria”. Aunque en realidad quieren significar otra cosa.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

La espera es el silencio del tiempo

12:45 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

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11:09 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

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1:22 a. m.  

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