Es Lo Que Hay
Más allá del inconformismo soterrado de la expresión, por debajo de los etéreos cimientos que la erigen como frase representativa de nuestra cultura, subyace una decisiva negación de ser que no está demás recordar en este período por lo demás abúlico y que, según todos los indicios, no existe propiamente. No al menos como un espacio tiempo lineal, ni mucho menos progresivo. Jamás como sustancia ni como viva entelequia. Tanto tránsito, tal vez, lleva a “lo que hay” a aparecer como fugacidad constitutiva de nuestra realidad, ya que otra cosa no se puede sostener entre tanta velocidad.
“Es lo que hay”. A nivel social lo decimos, por ejemplo, para excusar un rendimiento intelectual mediocre; para justificar una de tantas derrotas deportivas; para sostener un estado físico tal vez deplorable o una labor pobremente realizada. Comodín de mediocridad abierto a granjear simpatías y complicidades. Denota lo (poco) que hay en una parcela individual al mismo tiempo que busca hacer partícipe al otro de la mentada carencia. Cuando no eso, camufla una adulación subterránea proclive a la risa fácil. Ejercicio de autodefensa, en última instancia, para transitar en medio de la selva de competitividad ayudado por un cinismo imperceptible, ya que continuo. Disminución de la vergüenza enojosa y reducción humorística de la burla pública. Resultado: un sueño más plácido llegada la noche; un stress que elude la nulidad del yo para reducirse, en la forma, a la sobrecarga laboral y la intensidad del ajetreo ciudadano, extensivo a todas sus modalidades, desde luego incluidas aquellas atribuidas a la distensión y el relajo. Lo que hay, de este modo, ayuda como muletilla a no hacer hincapié en los elementos depresivos que conforman ese haber transitorio. Si es cierto que se habla como se piensa, entonces basta con decir estos cuatro monosílabos para morigerar notablemente un estado de cosas dado. Al mismo tiempo, sirve de ingrediente acre-cómico en conversaciones y veladas, disimulando de este modo la operancia latente que efectúa en el vivir.
Fuera de esto, o dentro del mismo enunciado, lo que hay ayuda a no conocer lo que es. Ser lo que hay resulta una expresión de nihilismo refinada, cuya gracia irónica consiste en acelerar el olvido de aquello de que se es consciente, no queriendo serlo. Como la vida, el bautizo, u otras arbitrariedades que “nos tocan”, sin tener la posibilidad de escoger si las aceptamos o no; la conciencia, así, deviene una suerte de lastre una vez que se aceptan la existencia y el nombre propio, por nombrar algunas incomodidades. El conformismo se define así como estrategia de autoayuda. Su eficiencia está determinada prioritariamente por el modo más o menos exitoso en que se concretice en el habla. En este sentido, un lenguaje solidificado, - dizque vivo pero en verdad más bien moribundo-, viene a paliar en buena medida la necesaria frustración. Ser lo que hay viene a poner en tránsito vegetativo eso difícil de asir y de aceptar. Reconocerse como caricatura es, sin duda, más halagüeño que nada.
Pero decir “es lo que hay”, además, transforma en jovial lo indigno que sobra del vacío. Fácticamente, podemos estar nombrando cualquier aspecto de lo intramundano. Realmente, estamos negando la realidad al nivel de una decisión contra toda ontología. Nos tragamos en la vorágine del movimiento que a un mismo tiempo da y quita la forma a un mundo. De paso aprovechamos de esbozar una sonrisa ante ello. La jovialidad será probablemente lo más de paso que hay en todo ello, a pesar de que paradójicamente sea lo único que perviva. Ha sido dicho en lengua romántica que la ironía es la forma de lo paradójico, pero ya no podemos creer que esto último sea, a la vez, todo cuanto hay de bello y grande.
Si algo hay de bello en el haber provisorio, resulta disuelto en las sucesivas series que lo conforman. Lo mismo puede decirse de la grandeza, la pequeñez, o en general todas las formas de extensión posibles de conocerse. Si en última instancia lo que se resiente con ello es el conocimiento como tal, mal podremos apelar a una totalidad en este escenario donde los estadios del ser han disminuido hasta prácticamente desaparecer. Una tautología, ser lo que hay, cuyo pilar resulta la paradoja por la paradoja, fórmula de neutralidad de las valoraciones cuyo objeto es preciso: Priorizar el mantenerse, vivir el día a día, negar las finalidades últimas, hacer llevadero el fracaso epocal.
Invertir las voces no constituye ardid válido; más bien equivale a la acentuación de un lamento; siendo consecuentes, habríamos de formular una suerte de: “¡Ay, lo que es!” Pero no se trata aquí de ser quejicas. Optamos, en cambio, por aparecer como chistosos de un siglo que nace muerto, tragicómicas sombras del no ser.
“Es lo que hay”. A nivel social lo decimos, por ejemplo, para excusar un rendimiento intelectual mediocre; para justificar una de tantas derrotas deportivas; para sostener un estado físico tal vez deplorable o una labor pobremente realizada. Comodín de mediocridad abierto a granjear simpatías y complicidades. Denota lo (poco) que hay en una parcela individual al mismo tiempo que busca hacer partícipe al otro de la mentada carencia. Cuando no eso, camufla una adulación subterránea proclive a la risa fácil. Ejercicio de autodefensa, en última instancia, para transitar en medio de la selva de competitividad ayudado por un cinismo imperceptible, ya que continuo. Disminución de la vergüenza enojosa y reducción humorística de la burla pública. Resultado: un sueño más plácido llegada la noche; un stress que elude la nulidad del yo para reducirse, en la forma, a la sobrecarga laboral y la intensidad del ajetreo ciudadano, extensivo a todas sus modalidades, desde luego incluidas aquellas atribuidas a la distensión y el relajo. Lo que hay, de este modo, ayuda como muletilla a no hacer hincapié en los elementos depresivos que conforman ese haber transitorio. Si es cierto que se habla como se piensa, entonces basta con decir estos cuatro monosílabos para morigerar notablemente un estado de cosas dado. Al mismo tiempo, sirve de ingrediente acre-cómico en conversaciones y veladas, disimulando de este modo la operancia latente que efectúa en el vivir.
Fuera de esto, o dentro del mismo enunciado, lo que hay ayuda a no conocer lo que es. Ser lo que hay resulta una expresión de nihilismo refinada, cuya gracia irónica consiste en acelerar el olvido de aquello de que se es consciente, no queriendo serlo. Como la vida, el bautizo, u otras arbitrariedades que “nos tocan”, sin tener la posibilidad de escoger si las aceptamos o no; la conciencia, así, deviene una suerte de lastre una vez que se aceptan la existencia y el nombre propio, por nombrar algunas incomodidades. El conformismo se define así como estrategia de autoayuda. Su eficiencia está determinada prioritariamente por el modo más o menos exitoso en que se concretice en el habla. En este sentido, un lenguaje solidificado, - dizque vivo pero en verdad más bien moribundo-, viene a paliar en buena medida la necesaria frustración. Ser lo que hay viene a poner en tránsito vegetativo eso difícil de asir y de aceptar. Reconocerse como caricatura es, sin duda, más halagüeño que nada.
Pero decir “es lo que hay”, además, transforma en jovial lo indigno que sobra del vacío. Fácticamente, podemos estar nombrando cualquier aspecto de lo intramundano. Realmente, estamos negando la realidad al nivel de una decisión contra toda ontología. Nos tragamos en la vorágine del movimiento que a un mismo tiempo da y quita la forma a un mundo. De paso aprovechamos de esbozar una sonrisa ante ello. La jovialidad será probablemente lo más de paso que hay en todo ello, a pesar de que paradójicamente sea lo único que perviva. Ha sido dicho en lengua romántica que la ironía es la forma de lo paradójico, pero ya no podemos creer que esto último sea, a la vez, todo cuanto hay de bello y grande.
Si algo hay de bello en el haber provisorio, resulta disuelto en las sucesivas series que lo conforman. Lo mismo puede decirse de la grandeza, la pequeñez, o en general todas las formas de extensión posibles de conocerse. Si en última instancia lo que se resiente con ello es el conocimiento como tal, mal podremos apelar a una totalidad en este escenario donde los estadios del ser han disminuido hasta prácticamente desaparecer. Una tautología, ser lo que hay, cuyo pilar resulta la paradoja por la paradoja, fórmula de neutralidad de las valoraciones cuyo objeto es preciso: Priorizar el mantenerse, vivir el día a día, negar las finalidades últimas, hacer llevadero el fracaso epocal.
Invertir las voces no constituye ardid válido; más bien equivale a la acentuación de un lamento; siendo consecuentes, habríamos de formular una suerte de: “¡Ay, lo que es!” Pero no se trata aquí de ser quejicas. Optamos, en cambio, por aparecer como chistosos de un siglo que nace muerto, tragicómicas sombras del no ser.