lunes, enero 22, 2007

BIP!

Son tiempos de cambio en las formas del desplazamiento urbano, escuchamos por todas partes. Un buen momento para recalcar que de esto resulta, quizás por causas que podríamos llamar inevitables, una permanencia, una insistencia en cierta belleza que nos es connatural.
La tarjeta, bien lo sabemos, nos lo han repetido desde todos los ejes, tiene por apellido “Bip!”. Resulta evidente el origen onomatopéyico de la expresión aquí reseñada. La máquina emite un sonido, los hombres van y lo reproducen fonéticamente, persistencia del balido que nos hace humanos. Nada nuevo hay en ello ni en nada de lo que expondré a continuación.
El receptáculo emite dicho sonido y no otro; ello es porque tiene sus razones para hacerlo. A pesar de que mucho se ha especulado bajo excusa de los más arbitrarios motivos, - con fines propagandísticos, las más de las veces-, la verdad es una y clara en esta materia: El Bip! de la maquinita alude, como todos ya saben, a una imitación del canto de las aves. Imitación artefactual, fuertemente mimética, en quinto o sexto grado en escala de millón (en el cruce entre Platón y Houllebecq está la más precisa respuesta), pero imitación al fin y al cabo. La conclusión es unívoca: esto emparenta al sistema con el sempiterno deseo del hombre por volar.
Sería de una ingenuidad inadmisible atribuir a una casualidad el hecho de que el dispositivo sea empleado para mentar los desplazamientos ciudadanos.
El saber popular, muchas veces renegado, nos recuerda que la movilidad terrestre, sea ésta subterránea o en altura, esconde en su función tecnológica una nítida ambición de trascendencia. Bien lo sabe la industria aeronáutica; juega diariamente con ese saber, haciendo de ello un lucro sideral, mayor que cualquier empresa de transporte terrestre o marítimo. Ahí donde tecnología e ionósfera se confunden, sitúase el límite que el humano ha trazado en términos de metafísica industrial. Pero a no engañarse: esa localidad es en realidad una borradura, en este caso la de los orígenes del capitalismo, con toda la seriedad de consecuencias que ello conlleva.
Ya que la máquina es el ente mediador por excelencia en todo este constructo histórico, hoy por hoy nadie tiene empachos en decir que el hombre no es medida de inmanencia para el todo. Ello no hace ninguna novedad, si bien nos acerca a nuestro objeto en las implicancias de la voz “Bip!”. La máquina, podemos añadir en consecuencia, está desde siempre en un plano ideal superior al humano. Las superposiciones intermedias no hacen diferencia, si bien constituyen una de las posibilidades de que podamos notar las diferencias más o menos visibles en el mundo.
A menudo nos topamos en los muros de los arrabales con un stencil provocativo y enigmático. Un niño corre con los brazos extendidos mientras una paloma lo observa en ademán pesaroso. En ciertos bares opinan que el significado es muy claro y alude a una pronta catástrofe; en otros, vacilan en ser tan categóricos. Todos, sin embargo, coinciden en algo: la significación de ello es eminentemente ciudadana. Parece más que probable que así sea, en efecto, toda vez que la imagen no se ve en otros parajes que no sean los cordones que rodean a nuestra querida capital. Al menos yo no tengo noticia de que el stencil haya sido visto en campos, montes, lagos o desiertos, si bien cierto mito urbano pregona que en ocasiones, cuando se vuela a gran altura, es posible deducirlo a través de cierta nomenclatura de nubes, a no menos de tres mil quinientos metros por sobre el nivel marítimo. Me declaro agnóstico frente al particular.
Mientras, nuestros oídos se llenan de repeticiones del sonido en cuestión. Repeticiones de repeticiones, proliferación de un deseo trunco y a cada paso más inconfeso, por cuanto oculto en capas de desplazamiento ciudadano ininterrumpido. El movimiento es implacable para con todo origen, pero ahí tenemos la sabiduría popular para hacer de ello una memoria en cada período amnésico, o la suma de estos, que es decir la existencia.
Jamás volaremos, ingrata certeza. A falta de alas, bueno resulta el plástico de la tarjeta. Útil, cuando menos, para olvidar mientras se viaja. La vieja alegoría del alcohol permanece en operancia, contrario a lo que sostienen los dogmáticos de la academia.
Queda un consuelo, que tiene el mérito de rescatar la belleza propia del proceso. El humano, haciendo valer las estrategias de significación que tiene a la mano, intenta asir el deseo escondido por medio de una reproducción onomatopéyica. Cierto es que no puede sino fracasar, toda vez que con cada voz, cada graznido, ha añadido una capa más de incomprensión al tránsito de lo olvidadizo. Pero ese nuevo fracaso, esa derrota que se repite hasta el paroxismo, ¿no es señal de una muy estética caída? No hay llamas rondando, pero es innegable que seguimos participando de los dominios de la belleza.


5 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Yo creo, mi buen amigo, que ese !bip¡ alude sin duda, al!bip,bip¡ del corre caminos, el cual pasa su vida escabulléndose, haciendo matrañas para que el coyote no lo encuentre. No sé, pero lo encuentro muy parecido a la idiosincracia del chileno. ¿Qué cree usted?

1:34 p. m.  
Blogger Gonzalo Hernández Suárez said...

Amigo Anónimo:

Noto que está usted sobreinfluenciado por la propaganda oficialista, cuyo objeto declarado es compararnos con un correcaminos, o sea un ente veloz, léase jaguar en clave económica. Ahora, si mejor lo piensa, el de las matrañas es más bien el coyote, no así su plumífera presa, que escapa cada vez a las tentativas de caza mediante un talento natural, que es la rapidez de sus patas.

¿Es así de talentoso el compatriota promedio? Lo dejo a la reflexión personal.

Por lo demás, Transantiago como forma de desplazamiento no se caracteriza precisamente por su velocidad; más bien por una cuchufleta mal planeada, torpemente ejecutada, puesta en juego a destiempo; es decir, nuestro ministerio de Transportes es bastante similar al cazador burlado, figura que por lo demás me es bastante simpática dada su permanente derrota.

Esa derrota, dicho sea de paso, lo eterniza como personaje al amigo coyote, cosa que lo diferencia radicalmente (y metafísicamente) de sus pares ministeriales, tan provisorios.

Concluyo: Es probable que todo este balbuceo se deba a una incomprensión de mi parte. Seguramente usted me quería dar a entender, aludiendo al Bip! Bip! del ave, un significado de índole platónica, cual el receptáculo que debe dar la forma definitiva a La Idea..., o el lenguaje como tal..., la poesía, hermano, la poesía..., en fin..., algun tipo de velocidad inasible, en una palabra. Ruego a ud. me lo haga saber para proseguir tan interesante conversación.

9:17 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Comprendo medianamente el nuevo plan de transporte para Santiago. O, habría que decir: me hago parte de su idea, juego con ella y ella conmigo. Pero no así la cuestión fáctica, he ahí el problema, porque resulta que no puedo imaginarme idéticamente que estaré dentro de una hora en el centro, sino que, de hecho debo estar ahí, presente, en el espejo, corriendo y respirando.

7:05 p. m.  
Blogger Gonzalo Hernández Suárez said...

El meollo del asunto está en que la idea juega demasiado contigo. Debes hacerte respetar más como noema; la intencionalidad te tiene para el hueveo.

11:17 a. m.  
Blogger pedrodro said...

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2:35 p. m.  

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