martes, julio 25, 2006

Lamentable Visión

Hay ojos que nunca salieron del útero
elementos no paridos hundidos en cuevas
son los que refutan la regla
de no poder verse a sí mismos

ateridos en la soledad del nonato
recluidos en insano régimen masturbatorio
son preclaros en la observación de la torpe mismidad
ignorantes del peligro y la verdadera ira

sus llantos son gimoteos de asfixia prematura
y graznan cuando lo que desean es reír
tan cáustico el sentido de la hilaridad
paréntesis de horror ante lo inanimado ambiente

complácense en denigrar toda noción estética
aullantes ante lo imposible sublime
hay dolor y escarcha en esos alaridos
y la locura se transparenta tras su iris desvalido

van y vienen en la absorción de la propia sangre
aturullados y ob(s)esos mas nunca ahítos
refundando impasibles los bordes del propio derecho
ley sombría que nunca acontece

cómo inventan la unidad del nombre
será siempre negro misterio
en la disparidad del plagio de múltiples apellidos
concentran todo el enigma de sus vidas

los ciclos se suceden en la resonancia estomacal
de esas pupilas envueltas en placenta
viviendo

una existencia pixelada

martes, julio 18, 2006

Carta recibida en diciembre del 2001

Don Gonzalo Hernández . ¨.

Espero me perdone por escribirle, se que usted es una persona muy ocupada y que se enfada cuando alguien lo interrumpe durante sus experimentos. Pero sepa usted que el motivo de mi carta, y estoy seguro de esto, acabará por darme la razón y usted no golpeará al cartero ni quemará esta carta.

He leído su obra y creo que sus experimentos con cuerpos frescos es realmente fascinante, sus teorías sobre la prolongación de la médula ósea en su fase intrabulácea, alargando su vida útil mediante la necrofagia, es excepcional. Pero debo comentar algo; le imploro guarde total silencio sobre lo que a continuación le contaré.

Traté de repetir uno de sus experimentos. El de la canalización del Aura mediante el implante de cápsulas de fosfato al interior del útero. Hice todo al pie de la letra, el cuerpo de la doncella no tiene más de 13 años y murió de causa natural, su cuerpo estaba fresco; luego puse los diodos en las sienes y el cloro azulfatado en las corneas. Al aplicar la corriente (y como usted recalca en la página 115 de su libro) inserté las cápsulas de fosfato por su vagina. Hasta ese punto todo iba bien, pero…, oh Dios me perdone…

La doncella abrió los ojos, para mi asombro y casi paro cardíaco. Gritaba como un simio, y se tomaba la cabeza emitiendo lamentos de dolor y horror; gritos y llantos que no podían venir más que del mismo infierno.

Traté de callarla dándole con una pala en la cabeza, pero logró incorporarse y salir huyendo. Pero eso no es todo, desde que huyó de mi sótano, lugar en donde realizo mis experimentos, HAN DESAPARECIDO NIÑOS. ¿Puede usted ayudarme? Sólo usted tiene el conocimiento para salvar mi alma.

Cada noche desaparece un niño. Pero eso no es todo, la otra noche encontré a mi fiel can muerto. Tenía la cabeza completamente girada y no tenía sus patas. Luego, y con la más grande de las penas en la noche cavé un hoyo y le di sepultura. Cuando me disponía a volver a mi casa giré y lo que vi fue horrendo. La doncella que había huido del sótano la noche del experimento estaba detrás de mí con un pequeño bebé en sus brazos. Oh Dios mio, no puedo dejar de temblar al recordar esto. La doncella, que ahora parecía un zombi descompuesto orgánicamente, comía con hambre feroz del pobre recién nacido. Le propinaba mascadas con total gula y me dejaba ver la sangre con pedazos de carne que se mezclaban dentro de sus fauces diabólicas.

Ahora vive dentro de mi casa, no sé en qué lugar exacto, pero la escucho durante la noche. Le doy escopetadas al aire, no puedo más; se burla de mí. La otra noche desperté y tenía los pantalones abajo y ella me estaba succionando el capullo; grité y ella arrancó a esconderse. Don Gonzalo, se lo suplico, usted debe ayudarme o no quedarán niños en este pueblo.

lunes, julio 03, 2006

Piscolear metaleando

O metalear piscoleando, en la calle y escuchando discman, solo, con una botella de plástico llena de brebaje en el bolsillo de una parka encontrada en la acera pública otra noche igual de pistoleado, en Libertad con Portales, parka que aún conservo, no así la botella en cuestión, que terminó en el suelo y pateada por un punkie encontrado en la ocasión de la noche con el cual discutía de si acaso el thrash es algo auténtico o de si la música punk es o no una actitud de vida, qué se yo, o en tantas otras partes, como en el departamento de Daniel por ejemplo, Mitienka para los amigos, pues su carácter homológase con el de Dimitri Karamazov en lo fogoso, noble corazón, y en su departamento, digo, escuchando At the Drive In y preparando piscola tras piscola en armónica correspondencia con la música, aunque a los At the Drive In no les guste que los llamen metaleros ni quieran tener nada que ver con el metal, menos todavía a The Mars Volta, lo cierto es que en la memoria aparece como un recuerdo nítido de una metaleada bien regada con piscola, como con Salgado y Chachi tarareando todos los discos de Death bajo el auspicio de Capel o de Tres Erres o alguna otra compañía pisquera, o la otra vez con Zeto Bórquez en su refugio, cuando me pasó su magnífica publicación “La pichula de Heidegger”, o al menos uno de sus ejemplares, además de un volumen de su trabajo que contiene la impronta de Juan Luis Martínez, según el mismo Zeto Zeto reconoce y admite y hasta se enorgullece, sí, aquella vez en que saltó a la palestra Slayer y Testament e incluso por ahí un par de temas de Cryptic Slaughter en vinilo, egregia reliquia de los años de gloria del thrash cuando Napalm Death hacía sus primeras, y mejores, armas en esto que se ha dado por llamar metal extremo, pero el hecho es que piscoleamos, además de flirtear con el whisky y la cerveza y la mixtura de todo, de suerte que mi memoria al final se resiente y termino viéndome con la misma parka que en la euforia de la piscola aparece en la imaginación como la chaqueta de ese Archimboldi soñado alguna vez, prenda que consiguió a la par de su primera máquina de escribir, como todos recuerdan, aunque todo esto a fin de cuentas sea la mar de absurdo pues el hecho es que estoy caminando piscoleado bajo la luna de Santiago, tal como alguna otra vez lo estuve en otras latitudes, Dalcahue por ejemplo, con las estrellas meándome encima y enfermo de la guata pero sin hacerle el asco a la piscola e insistiendo en poner Tool y Alice in Chains a todo pulmón, aún a pesar de que ciertas tipas ahí reunidas se rehusaban pues preferían la Radio-Activa o quién sabe cuál emisora local, y tras las pistolas se pasó de milagro el revolverse de los intestinos o quizás fue la música, el hecho es que después las fuimos a dejar al pueblo con el Pato y para hacer eso teníamos que bajar por una cuesta de cerca de un kilómetro de extensión, esa que lleva a Mocopulli, pero lo difícil no era bajarla sino lo que venía después en sentido contrario, se entiende, y entre la lluvia y la locura se nos ocurre hacer una carrera EN SUBIDA, la cual por supuesto perdí, pero de pronto un sonido aparece de entre los matorrales y he ahí una chilota mojada hasta las barbas, aterrada, y a la cual al parecer habían violado y abandonado a su suerte, vaya sorpresa se imaginarán, claro, lo cierto es que al final, como siempre, la apariencia primera dio lugar a algo totalmente distinto y por cierto ridículo, no lo contaré pues lo relevante es que al otro día el dolor de guata ya no estaba pero los muslos palpitaban y se retorcían por la ocurrencia de correr en subida casi un kilómetro, extrañas propiedades las de la piscola, como transferir el dolor o quizás relocalizarlo, ¿cómo saberlo?, podría hablarse de políticas de la consolación, lo cual por lo demás es en sí una idea bien alcohólica, pero el acto de discernir es ajeno a ese instante y poco importa, a fin de cuentas, como cuando con el Negro Bastidas nos internamos en un cementerio en Frutillar e hicimos sonar en lo oscuro “Cemetery Gates” y antes iniciamos la ronda de piscolas con Deftones y yo terminé, queriendo empezar, dentro de un foso abierto alegando la mayor de las comodidades, acaso parafraseando a Patton en Diggin the Grave, es posible, pero lo cierto es que en la piscoleada del metal los derechos de autoría de alguna forma se te hacen propios en la ilusión de que tus actos te pertenecen y las mismas palabras en simbiosis con los acontecimientos de la piscola llegan y legitiman algo, haciéndote creer que ahí existe una verdad personal e intransferible, aunque ya se lea que a fin de cuentas resulta todo lo contrario, y así como en el sur la operación se ha efectuado también, con sumo éxito, en el norte, como por ejemplo en Pisco Elqui o Alcohuaz, con los hermanos Marchant y el mismo Negro y una radio de voz algo chicharra pero emocionante igual a efectos de pistola, y así frente a fogatas o al lado del río con la compañía de Metallica y de Mercyful Fate, y también de Megadeth y los brasileños de Sepultura y nuestros compatriotas Criminal, que de compatriotas harto poco les queda, no así todavía a las latitudes del valle de la cuarta región que por mucho que sean tierras privadas siguen pareciendo chilenas gracias a la porfía de tipos como Barbosa, el mismo que una vez nos sacó de su “lado” con una escopeta, disparando tiros al aire, impidiéndonos terminar el caño arriba del cerro, donde todo se veía tan bonito, pero a pesar de salidas como esa lo cierto es que Barbosa conserva cierta brutalidad primigenia que preserva la pureza del lugar, o de lo contrario ya tendríamos algún resort o mall en medio de lo agreste y con todas las impudicias que conllevan ese tipo de casos, algo tan feo como lo que hicieron cerca de la playa La Virgen, más al norte aún, cerca de Puerto Viejo, cerca de la ruta a Caldera, cerca de Copiapó, que es ya bien lejos mirando las cosas desde Santiago, en fin, un lugar precioso, la playa mencionada, hoy convertida en basural de turistas donde lo natural es preservado con el criterio de que el que llega sólo puede hacerlo arriba de una cuatro por cuatro y pagando una millonada, y no es por enorgullecerme pero cuando yo lo hice lo hice caminando en medio del desierto y escuchando Kyuss y con un potaje que, a estas alturas, el lector adivinará que es piscola, la cual por un error de tipeo estuve a punto de definir como psicola, lo que ahora pienso que da para otras connotaciones que bien podrían ir recopiladas en un ensayo bien puntualizado, no en un texto lleno de puras comas como este, desde luego, pero para el caso lo que importa fueron esos cuatro kilómetros a pata, como suele decirse, marcha que te marcha por Atacama y envolventes riffs saliendo de los audífonos, muy buena aquella metaleada en piscola, y no es que el lugar importe tanto pero también puedo rememorar otras grandes ocasiones, sin ir más lejos de Lo Espejo en casa del Chico Robredo, donde al ritmo de Anthrax y Pantera y Iron Maiden se terminaba con cuatro o cinco botellas de pisco y bailando, pues trátase ésta de una música por esencia muy bailable, en calzoncillos, según testimonios, ocasionando más de un desorden entre los compañeros periodistas, y es una lástima sin duda que Robredo y yo no nos hablemos hace más de un año y mal puedo predecir si a futuro volveremos a ser amigos, pues no todo termina siendo felicidad cuando se piscolea y metalea al mismo tiempo, si bien es una ilusión que parece perfecta en un modo, dicho como Obelix en estado de ebriedad, en Lutecia y a punto de partir a Roma a buscar la mismísima corona de laureles del César para hacer una sopa, que es en realidad “ferpecta”, pues al otro día hay en ocasiones sufrimiento y gran frustración, todo hay que decirlo, sin olvidar que están también las veces en que una cierta felicidad, o, siendo no tan ambicioso, sensación de bienestar, llámese tranquilidad de espíritu tal vez, aparece, como cuando con Pedro, en Achao o en Puerto Montt, nos tomábamos las piscolas en la carpa o al lado de ésta o en la pieza que arrendaba el maricón y en la cual compartíamos piso junto a esas señoritas tan especiales y que fueron tan generosas con nosotros, pues ahí también se piscoleó y se metaleó en considerable cantidad, esa vez al ritmo de Moonspell y de Nine Inch Nails y de Soundgarden también, hasta donde me acuerdo, probablemente también hubo algo de Los Jaivas, aunque estos últimos no sean lo que se dice una banda metalera, al menos Las Alturas de Machu Pichu resulta un lugar correspondiente con lo que en todos estos casos se ha hecho relación con el sentimiento del metal bañado en piscola o su inversa, un pedazo de vida fundido en la intensidad que luego deviene, inevitablemente, en la nada de un recuerdo que sólo cuenta para soñadores cuya meta es lo intermedio que hay entre la disipación y la espera de la muerte, algo que bien podría llamarse catástrofe o desesperación, pero que para el caso no pasa de un tedio tal vez demasiado prolongado, considerando que ya son casi treinta los años en que la cabeza se viene moviendo hacia ninguna parte.